Leo
a Virginia Woolf, su novela “Orlando”, y todo sucede como pasan los días, como
sopla el viento, con todo el vocabulario, eso sí, con toda la vida y la pasión
y la cabeza.
Mientras
leo a Virginia Woolf en su novela “Orlando”
escucho la banda sonora de la película: “Las horas” que trata de ella,
banda sonora de Philip Glass y me doy cuenta de que ha sabido captar casi
mágicamente el fluir de la conciencia, la rabiosa necesidad de gritar de la
propia Woolf, y ojalá yo pudiera en una mínima parte, en una milésima parte,
poder transmitir esa vocación de grito profético, de voz decidida a decir cada
día: La vida, la única vida, los días, el cielo en todas sus versiones, las
estaciones exigiéndose en cada decorado, los personajes mirando, pensando. Y
que dijera verdad, que me creyera la propia vida difícil de engañar, los
propios vivos y que fuera útil para seguir el proceso, la cadena, la eterna
canción del tiempo y del espacio, la lucha de cada día, de cada persona, y el
amor, y el amor a la vida, y saber lo que es vivir, y también lo que es amar, y
por qué no, también lo que es pensar. Y lo que se pierde o se gana haciendo
todas estas cosas.
Descubro a Virginia Woolf en toda su inteligencia. Prosigamos con el
descubrimiento.