jueves, 19 de octubre de 2023

Releer a Hermann Hesse

 



He releído: Demian,

                   Siddhartha,

                  El Lobo Estepario.    De Herman Hesse.

Releer a Hermann Hesse es posicionarse ante la BÚSQUEDA en mayúsculas. Desde sus primeras obras un ser humano único busca respuestas y se busca así mismo. Es Hesse, por antonomasia, el escritor de la juventud, al menos de una juventud preguntona e inconformista, una juventud (o una persona) siempre dispuesta a sorprenderse.

Tanto el narrador de “Demian” como el de “Siddhartha” como el de “El Lobo Estepario” tiene esa indagación, la tendencia clara a quererse conocer y a buscar donde el común de los mortales no busca, varía la experiencia y la madurez del autor en cada uno de los libros y así son distintos sus planteamientos y la trayectoria de esa búsqueda, pero los fines son siempre reflexivos y espirituales.

He vuelto a aquellos años en que me sorprendía ver por escrito las dudas y necesidades de indagación que yo tenía entonces, pero nunca se vuelve igual, ahora la sorpresa por encontrar es muchísimo menor, será que finalmente encontré algo por el camino.

Es verdad que podría pensarse que existe una gran lejanía del mundo de hoy con el tiempo en el que se escribieron estas obras, la época entre guerras del siglo XX, pero la amarga verdad es que los desengaños, la sensación de vivir en un entorno siempre a las puertas de otra guerra por explosionar, y la impresión y frustración ante el descalabro de los principios que se creían inamovibles es exactamente la misma que hoy.

El Lobo Estepario se siente hombre y se siente bestia pero esta dualidad no le es válida, porque a veces la bestia tiene más alma y el hombre es peor que la bestia, además, según el tratado del Lobo Estepario existen multitud de más almas en un mismo ser. Por su parte Siddhartha busca su camino fuera de toda doctrina, fuera de todo tiempo y de constantes mundanas y en Demian se identifican los individuos que tienen la marca de Caín, aquellos relegados a saberse diferentes y adoradores de un dios llamado Abraxas, una deidad que es a la vez la virtud y el pecado para acabar dando la bienvenida a la guerra aceptada en las propias carnes con todo lo que esto significa.

“Quién busca con sinceridad no puede aceptar ninguna doctrina si quiere realmente encontrar algo”. Siddharta.

“Los sentimientos primitivos, hasta los más salvajes, no estaban dirigidos al enemigo; su acción sangrienta era sólo reflejo del interior, del alma dividida, que necesitaba desfogarse, matar, aniquilar y morir para poder nacer. Un pájaro gigantesco luchaba por salir del cascarón; el cascarón era el mundo y el mundo tenía que caer hecho pedazos.” Demian.

En El Lobo Estepario, la obra más madura de las tres, un hombre acabado por su desconexión con su entorno encuentra a una muchacha, muy distinta pero igual que él en la desesperación interior y esto le permite experimentar desde puntos de vista desconocidos, y en el sueño nunca pierde Hesse el sentido del humor, en uno de estos sueños el protagonista habla con Goethe: “Entonces se inclinó un poco hacia adelante, puso su boca muy cerca de mi oreja, su boca ya enteramente infantil y me susurró quedo al oído: Hijo mío, tomas demasiado en serio al viejo Goethe. A los viejos, que ya se han muerto, no se les puede tomar en serio, eso sería no hacerles justicia. A nosotros los inmortales no nos gusta que se nos tome en serio, nos gusta la broma”.   El Lobo Estepario.

Leer a Hesse es parar el tiempo, dejarlo por un tiempo en su frenético viaje y escuchar la voz tremenda del interior, es una experiencia grata si tienes paciencia para desvincularte, para no buscar un hilo argumental vertiginoso, si quieres oír los desajustes de un hombre sensible, burgués, culto y espiritual y de otros personajes colaterales que contrastan y refuerzan la búsqueda, la recreación, la crítica y la hondura.

Y además cualquiera de sus libros admite múltiples lecturas posteriores.



viernes, 31 de marzo de 2023

UN REINO OSCURO DE ALEJANDRO HERMOSILLA

 


“Los salteadores de caminos, los esclavistas, los nobles pervertidos, los ilustrados libertinos y los asesinos de ricos comerciantes campaban a sus anchas por los negros bosques, negras cuevas, negros torreones y negras calles de nuestro oscuro reino. Sin embargo, todos aquellos hombres que habían alzado su espada en contra del rey, mascullado unas pocas palabras denigrantes sobre su cuerpo o, simplemente, arqueado una sola ceja al ser mencionado su nombre en el transcurso de una reunión, habían caído de los puentes colgantes al abismo. Se encontraban confinados en ese gigantesco hoyo por orden de nuestro soberano. Aunque lo más sorprendente era que los reos de aquel presidio, en vez de denigrarlo o guardarle rencor, magnificaban su figura. Su estatura, de hecho, se tornaba gigantesca entre quienes habían sufrido su yugo con mayor rigor. Y era habitual que, cuando dejaban de masticar con la boca abierta y lograban hacerse entender, los prisioneros contaran historias sobre la omnipotencia del monarca”.

Alejandro Hermosilla nos presenta un duro y enigmático libro donde se enfatiza lo negro, lo oscuro, lo obsesivo, lo absurdo, lo atroz, lo inevitable, en un texto lleno hasta los tuétanos de poesía. 

Dos arquitectos, padre e hijo, son los ojos, es el más joven el que nos narra lo que acontece en el Reino Oscuro, un lugar inaccesible para la mayoría de las personas pero que ellos, a través de sus reformas, tienen acceso a él y a sus moradores. Los clientes con los que trabajan en este momento son un paisajista, un duque, un escritor y un pianista retirado. Las historias se desarrollan desde la intromisión en el alma de estos personajes. El relato se complementa con un repaso interesante y arbitrario a las historias más variopintas e insólitas de ciertos monarcas del pasado que sobre todo tienen miedo a perder su poder, esta es una característica intrínseca al título de rey: “cualquier monarca sabe perfectamente que no existe un enemigo potencial más peligroso que sus propios vástagos. Casi todos comienzan a conspirar contra sus padres desde la cuna, a los pocos segundos de haber nacido”. 

Reyes y gente de bien que, viviendo en el mismo mundo que los demás viven en otro, con otra moral, con deseos turbios, con miedos ancestrales. El poderoso está más allá del bien, destrozado y aupado por los lazos invisibles del orgullo y la humillación. Y para completar el elenco de personajes y sucesos que conforman este libro aparece en un segundo plano un personaje que ya es mítico en Hermosilla, un personaje desarrollado con multitud de matices, se trata del Jardinero, aquel monstruo plebeyo física y psicológicamente capaz de vejar, de destrozar al señor sin remordimiento, únicamente con su sola presencia, o ni siquiera, solamente con que se intuyan sus pasos en el patio o pisando la hojarasca del bosque. Este personaje catapultado en su anterior novela: "El Jardinero" es el único ser capaz de doblegar al noble más entrenado en atrocidades.

Personalmente me resulta imposible asumir con algún tipo de facilidad o claridad los fogonazos de imágenes horripilantes, desesperadas, paranoicas, sádicas, de estos personajes perdidos interna y externamente, perdidos en su psique y en su mundo de grandes mansiones, aislados y normalmente seducidos por una naturaleza brutal, una naturaleza que es atroz, soberbia, acaparadora y dominante.

Esta novela turba atentando contra los límites estrechos del pensamiento anquilosado de nuestra sociedad, es una catarata, una antología de monstruos capaces de saltarse toda conducta moral y toda poesía esperable en un bosque negro como su propio Reino.

Escritura indagadora y de lenguaje exquisito y provocador. 

¡Larga vida al Reino!