viernes, 25 de noviembre de 2022

La Taberna o El Tugurio de Emile Zola

 


Una de las lecturas que más me ha impactado últimamente es una obra decimonónica de Emile Zola: L'Assommoir que en español se tradujo por “La taberna” y que últimamente ha sido reeditada por la editorial Trotalibros con el nombre de: “El Tugurio”. Esta nueva edición es una muy buena noticia porque se necesitaba de vuelta a la vida en español.

Me ha impactado el libro porque su contenido es táctil; se pueden casi tocar los personajes, el ambiente, las calles, los lugares de trabajo, los bares repletos de gente ebria, las casas… También porque es una verdadera radiografía sin ambages y dolorosa de la clase trabajadora urbana del París de mitad del siglo XIX.

Emile Zola cuenta de forma exquisita la historia de Gervaise, una joven que viene a la gran ciudad con su novio y dos hijos de ambos y conoce el abandono y también el trabajo duro y más tarde la ilusión por prosperar junto a quien se convertirá en su marido, Coupeau. Pero nada es suficiente para enfrentarse día tras días a la realidad, a la vulgaridad, a la maldad, existe soslayadamente un continuo enfrentamiento entre pobres, las pugnas entre los “don nadie”, enfrentados unos contra otros para perderse todos ante la miseria. Solamente un atisbo de ilusión hará que Gervaise se atreva a soñar abriendo un negocio al público como planchadora. Pero estas ínfulas, estos sueños de prosperar como una señora nunca serán perdonados por vecinos y familiares ruines y envidiosos que no pararán de hacerle la vida imposible. Qué capacidad de expresión la de Zola, qué manera más certera de mostrar la inmundicia moral de la clase baja parisina (o parte de ella).

Las relaciones de Gervasie con la vecindad, con la familia de su marido, con el casero, muestran un esqueleto social amoral -proyectable a los distintos tiempos desde el siglo XIX hasta hoy- y que irá cerrando el círculo de la desgracia entorno a ella, una mujer fuerte pero no tanto como para sostener un mundo. Solamente hay dos cosas que Gervasie ansíe desde el principio del libro y parece que a través del trabajo duro podría conseguirlo, esas dos cosas son: llevar una vida sin sobresaltos y morir en su cama tranquila, pero… ¡cómo osó soñar tan alto!

Solamente el amor desinteresado de Goujet, quien nunca la tendrá, nos alivia de la angustia vital y de la impotencia vividas tras cada lectura. El drama que se cuece en casa del tío Bazouge, el portador de ataúdes, es brutal, lees y ves el desastre, lees y el horror te cierra los ojos.

A mitad del libro empieza a tener sentido el título, todo se desencadena con visitas asiduas al tugurio, a la taberna, y tras estas visitas los efectos del vino y del aguardiente destrozará a hombres y mujeres que se evaden a través del vicio de una vida de mierda, el alcohol es la única salida hedonista y patológica a la nada, el ser humano se convierte en un trozo de carne con necesidades y angustias. El tugurio -siempre a deshora- y sus consecuencias alcanza al marido de Gervaise y ya nada tendrá vuelta atrás.

Pero, además de lo dicho, técnicamente me ha sorprendido la capacidad y solvencia en las escenas corales de esta novela, las escenas donde aparecen y conversan muchas personas, como la de la cena el día del santo de Gervaise, es magistral, sólo comparable en música a como Mozart resuelve en sus óperas las arias corales, hay que leerlo para entender.

Es un libro duro como el diamante, encontrarás en él una porción de horror enorme, a veces tendrás que dejar de leer para mirar al frente y respirar y al volver otra vez al libro llevarás contigo la imagen creada en tu cabeza, porque las narraciones de Emile Zola se ven, la imagen la aporta cada lector.

Esta obra es mucho más que naturalismo (aunque lo sea) se superpone a las clasificaciones y brilla por sí misma.

Zola nos muestra la clase social plebeya urbana de su época a través de los personajes mientras nosotros palpamos su alma o su vacío. El autor no fue nunca neutral ni políticamente correcto y aquí ahondó profundamente en el ser humano para mostrarnos un espejo roto.

Hacía mucho que no me atizaba tanto un libro.