Una de las lecturas que más me ha
impactado últimamente es una obra decimonónica de Emile Zola: L'Assommoir que
en español se tradujo por “La taberna” y que últimamente ha sido reeditada por
la editorial Trotalibros con el nombre de: “El Tugurio”. Esta nueva
edición es una muy buena noticia porque se necesitaba de vuelta a la vida en
español.
Me ha impactado el
libro porque su contenido es táctil; se pueden casi tocar los personajes, el
ambiente, las calles, los lugares de trabajo, los bares repletos de gente
ebria, las casas… También porque es una verdadera radiografía sin ambages y
dolorosa de la clase trabajadora urbana del París de mitad del siglo XIX.
Emile Zola cuenta de
forma exquisita la historia de Gervaise, una joven que viene a la gran ciudad
con su novio y dos hijos de ambos y conoce el abandono y también el trabajo
duro y más tarde la ilusión por prosperar junto a quien se convertirá en su
marido, Coupeau. Pero nada es suficiente para enfrentarse día tras días a la
realidad, a la vulgaridad, a la maldad, existe soslayadamente un continuo
enfrentamiento entre pobres, las pugnas entre los “don nadie”, enfrentados unos
contra otros para perderse todos ante la miseria. Solamente un atisbo de
ilusión hará que Gervaise se atreva a soñar abriendo un negocio al público como
planchadora. Pero estas ínfulas, estos sueños de prosperar como una señora
nunca serán perdonados por vecinos y familiares ruines y envidiosos que no
pararán de hacerle la vida imposible. Qué capacidad de expresión la de Zola,
qué manera más certera de mostrar la inmundicia moral de la clase baja parisina
(o parte de ella).
Las relaciones de
Gervasie con la vecindad, con la familia de su marido, con el casero, muestran un
esqueleto social amoral -proyectable a los distintos tiempos desde el siglo XIX
hasta hoy- y que irá cerrando el círculo de la desgracia entorno a ella, una
mujer fuerte pero no tanto como para sostener un mundo. Solamente hay dos cosas
que Gervasie ansíe desde el principio del libro y parece que a través del
trabajo duro podría conseguirlo, esas dos cosas son: llevar una vida sin
sobresaltos y morir en su cama tranquila, pero… ¡cómo osó soñar tan alto!
Solamente el amor
desinteresado de Goujet, quien nunca la tendrá, nos alivia de la angustia vital
y de la impotencia vividas tras cada lectura. El drama que se cuece en casa del
tío Bazouge, el portador de ataúdes, es brutal, lees y ves el desastre, lees y
el horror te cierra los ojos.
A mitad del libro
empieza a tener sentido el título, todo se desencadena con visitas asiduas al
tugurio, a la taberna, y tras estas visitas los efectos del vino y del
aguardiente destrozará a hombres y mujeres que se evaden a través del vicio de
una vida de mierda, el alcohol es la única salida hedonista y patológica a la
nada, el ser humano se convierte en un trozo de carne con necesidades y
angustias. El tugurio -siempre a deshora- y sus consecuencias alcanza al marido
de Gervaise y ya nada tendrá vuelta atrás.
Pero, además de lo
dicho, técnicamente me ha sorprendido la capacidad y solvencia en las escenas
corales de esta novela, las escenas donde aparecen y conversan muchas personas,
como la de la cena el día del santo de Gervaise, es magistral, sólo comparable
en música a como Mozart resuelve en sus óperas las arias corales, hay que
leerlo para entender.
Es un libro duro como
el diamante, encontrarás en él una porción de horror enorme, a veces tendrás
que dejar de leer para mirar al frente y respirar y al volver otra vez al libro
llevarás contigo la imagen creada en tu cabeza, porque las narraciones de Emile
Zola se ven, la imagen la aporta cada lector.
Esta obra es mucho más
que naturalismo (aunque lo sea) se superpone a las clasificaciones y brilla por
sí misma.
Zola nos muestra la
clase social plebeya urbana de su época a través de los personajes mientras
nosotros palpamos su alma o su vacío. El autor no fue nunca neutral ni
políticamente correcto y aquí ahondó profundamente en el ser humano para
mostrarnos un espejo roto.
Hacía mucho que no me
atizaba tanto un libro.
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