lunes, 22 de enero de 2024

Thomas Bernhard y su literatura

    Leo a Thomas Bernhard desde hace un tiempo, comencé por su obra autobiográfica realizada en los años setenta: El origen, El sótano, El aliento, El frío, y resulta un comienzo fructífero pero muy duro, en ellos desgrana su vida familiar, el internado (en la época nacional-socialista con los constantes bombardeos aliados sobre la ciudad de Salzburgo y la posterior etapa neocatólica con semejanzas asombrosas en la castración intelectual de los pupilos), las sucesivas estancias en hospitales, casas de reposos e internados por sus problemas con el pulmón, problemas que acarreó durante toda su vida, y también sus luchas internas contra el suicidio. Desde muy temprana edad vio la muerte como algo cotidiano y la vida como una extrañeza.

    Y en todo este proceso siempre tuvo un lugar privilegiado la música, compartir con otros a través de la música, la música para restar locura al mundo, para salvarse espiritualmente, la música y la inteligencia, siempre sus mejores aliados, y permanecer con los ojos muy abiertos para localizar otras almas sensibles y cuestionadoras, rotundas y frágiles como la de Paul Wittgenstein (el protagonista de El sobrino de Wittgenstein).

    Respecto a su escritura honesta y dura produce en el lector sensible un golpe, un volcán de luz a través del ritmo endiabladamente intuitivo que utiliza, el leit motiv o la repetición, utilizándolo como si sus escritos fueran una pieza musical inacabable, indivisible, golpeando al oído de cada espectador-lector, creando un revulsivo para que nos levantemos del sillón y echemos la imaginación a andar, la consciencia a andar aunque sea para partirle la cara al músico-escritor (una provocación literaria a semejanza de la pieza 4’33’’ de John Cage con su no tocar durante ese tiempo).

    La literatura de Bernhard es hipnótica y avanza a través de la repetición que se expande en bloques, un nuevo bloque de contenido una nueva repetición, esta técnica está muy desarrollada en novelas como El malogrado o en Tala y mantiene al lector tensionado y a la espera de la nueva sacudida. No sabría decir qué me produce más vértigo si el goce de su prosa o la desesperación ante su prosa.

    Otra característica propia del autor que me alegra sobre manera es su capacidad infinita de crítica, de ser capaz de ver los hilos a cada aspecto de la vida, la crítica total, el análisis y la acusación sin paliativos a la sociedad, a las tradiciones, a los sistemas educativos, a las facciones políticas, a cualquier tipo de poder, incluido por supuesto el poder artístico y la tontería artística que suelen ir de la mano. Se trata de la alegría de la No censura que en el mundo naciente unido a la cancelación pública son los dos cánceres del arte. Pienso que cualquier obra artística de hoy que esté asentada cómodamente en el mundo sin tensiones es una obra muerta, muchas expresiones artísticas sin riesgo y amables con el poder convertirá a sus autores en los Pemanes del siglo XXI, no fue el caso de nuestro autor que si de algo pecó fue de abrupto, de provocador, lo que causó y le causó bastante sufrimiento.

    Sigo leyendo su obra, es una adicción que mantendré por bastante tiempo, quizá sea una terapia, una bendita terapia.

    Para terminar dejo un fragmento de su libro Tala como ejemplo de su escritura:

    “Somos débiles y caemos en la trampa, caemos en la trampa de la sociedad, pensaba en mi sillón de orejas, porque este piso de la Gentzgasse no es otra cosa ahora para mí que una trampa de la sociedad, en la que he caído. Porque indudablemente no es otra cosa que odio lo que el matrimonio Auersberger siente por mí, lo mismo que todas esas gentes que se han reunido en la sala de música, que por su causa huele ya francamente mal, esperando a ese actor del Burg que tanto éxito tiene en El pato salvaje, como no se cansa de decir la Auersberger una y otra vez, pensaba en mi sillón de orejas. Esperan a ese actor un tiempo que por mí jamás hubieran esperado, pensaba. El actor del Burg tiene que ser para ellos el punto culminante, pensaba, ¡ese zoquete teatral y pomposo! Y sólo por ese ser repulsivo se dejan dar largas desde hace ya dos horas para un banquete que los Auersberger han calificado una y otra vez de cena artística, porque, como pensaba en mi sillón de orejas, probablemente califican una y otra vez todas sus cenas de tales cenas artísticas, cenas que, por lo demás, recuerdo muy bien como cenas repulsivas” (…)