miércoles, 25 de abril de 2018

"Biblioteca Bizarra" de Eduardo Halfon





Es la primera vez que leo a Eduardo Halfon (1971). Biblioteca Bizarra, un pequeño libro muy propio y muy íntimo. Lo personal da paso a lo universal, la anécdota vivida a la gran literatura.
Eduardo mezcla vida y literatura con sobriedad y atrapa al lector sin grandes alardes, lo emociona. 

El libro está compuesto por seis crónicas literarias y personales, muy intensas y que se disfrutan palabra por palabra. Yo resalto aquí la crónica llamada: “Los desechables” de apenas diez hojas; una conferencia con un grupo de desposeídos, de personas sin hogar del Bronx de Bogotá donde se cuenta la heroicidad de un hombre, Óscar Javier Molina, un voluntario, un exdrogadicto colombiano que vivió para salvar a otros. La forma, lo que intercala el relato no puedo describirlo, está todo en el libro, las palabras en su sitio, las mías sólo sirven para ofrecéroslo sinceramente.

Las otras crónicas, igual de intensas son: "Biblioteca Bizarra", "Halfon Boy", "Saint_Nazaire", "La Memoria Infantil" y "Mejor no andar hablando demasiado", todas a camino entre la autobiografía, la memoria, la memoria literaria y la historia guatemalteca y universal.

La editorial que ha traído esta obra a casa es Jekyll and Jill, de quien ya he hablado aquí en otra ocasión y que como siempre ha sacado un producto exquisito que contiene pequeñas sorpresas y mucha profesionalidad. Gracias por darnos a conocer a este Guatemalteco estadounidense traductor, escritor y observador preciso. Es necesario leerlo más.

Os dejo con un fragmento:
“El humo del diablo, dijo, y a mí se me ocurrió, viendo cómo le colgaban la camisa y el pantalón de lona, que estaba vestido con la ropa de alguien más grande y más gordo, o que tal vez ésa sí era su ropa pero todo él se había convertido en una osamenta de lo que algún día fue. Así le dicen al basuco, dijo. El humo del diablo. Yo tenía quince años cuando alguien del Bronx me lo presentó, dijo, y ahí me quedé.”


lunes, 2 de abril de 2018

Ana Blandiana “Cuatro estaciones” o la poesía que nunca termina




He leído “Cuatro estaciones”, la primera obra en prosa de la escritora rumana Ana Blandiana, en una edición muy cuidada de la editorial Periférica y traducido bellísimamente por Viorica Patea.

La autora escribió este libro en los años setenta en la Rumanía comunista pero nosotros lo acogemos sin un tiempo preciso, en un espacio abierto a todos los mundos temporales. Son cuatro historias que crecen desde la mirada incrédula de la narradora, sus pasos caminan y relatan los hechos, personajes y conversaciones siempre con un pie en la realidad y el otro en un vericueto fantástico que creemos que nos es ajeno pero que está más próximo de lo que parece. La poesía permanece desde la primera línea a la última en un lirismo que fluye con una fuerza inusual.

Se trata de una lectura difícil, expansiva, inacabable, inabarcable, las historias crecen reflejando una capacidad enorme de expresión, de imaginación y de narrativa. El lector tiene que venir aprendido, se proyectan las palabras y las imágenes que resultan de esas palabras y el lector trata de seguirlas, de alcanzar el mensaje, o los mensajes. Es esta una lectura que progresa en significados. Como bien dice su autora en el libro: “lo fantástico no se opone a lo real, es sólo su representación más llena de significados.”

El estilo de Ana Blandiana es un simbolismo debussiano mágico que se estira más allá de lo abarcable en una madeja que no se termina. Impecable, bello y muy difícil. 

Es una escritura que resiste el paso del tiempo, que se va amoldando al presente.

Cuatro relatos:
Primavera. Una iglesia con una belleza llena de repugnancia que simboliza la utopía fracasada “La capilla con mariposas”.

Verano. Unos espantapájaros que son como nosotros; espantados de sí mismos, sumisos y delatores si llega el caso. “Queridos espantapájaros”.

Otoño. O la ciudad líquida, pastosa, derretida como la mía, con un calor que nos deja en los huesos. Y qué vergüenza que sea el sol, el símbolo de la luz, el culpable de todo, que arrase con todo “La ciudad derretida”.

Y finalmente el invierno. “Recuerdo de infancia”, una biblioteca arruinada, un campo de membrillos y los libros mutilados, su padre afligido memorizando los párrafos que arroja al fuego. Quizá el relato más tangible de todos aunque también se escape por momentos, crezca en un alud de absurdos.

Largo, denso, metafórico. Imposible asimilar todas las imágenes, captar cada momento.
Ana Blandiana desordena al lector y lo fuerza con su poesía infinita. Kafka no sale de su asombro con ella.

No existía un espectáculo más total que el ofrecido por esta masa de criaturas que parecía inmune al dolor, al terror, incluso a la muerte, tan inconsciente que transformaba la desorientación en júbilo. Y, sin embargo, muchos de ellos morían, si es que no descubrían otra modalidad de existencia allí abajo, cubiertos por las olas informes de la materia. Desaparecían pura y llanamente sin rastro y, sin angustiarse, reían, y sus bocas abiertas se llenaban con el magma que penetraba por todas partes; se abrazaban, se juntaban, dejándose caer libremente con los espasmos del placer y de la histeria en aquel fluido cementerio colectivo.”