Me he leído recientemente
“El jardinero”, un libro de Alejandro Hermosilla que ha editado impecablemente,
como suele hacer, la editorial zaragozana Jekyll and Jill, y aquí os dejo mis
impresiones:
Sabida
es la correlación entre novela y argumento, clásico es contar el devenir de la
historia en una reseña, pero si la trama del libro viene y va, contándotela de
forma segmentada, incompleta, cómo lo haces. El argumento, muy a grandes rasgos,
podría ser la historia de la codicia y el miedo que el autor representa en un
señor con su castillo ruinoso donde teme constantemente al jardinero que en su
delirio controla el espacio y el alma de los hombres y mujeres.
Me
ha cautivado esa ruptura argumental que tan pronto mata, tan pronto resucita,
tan pronto te da esperanzas o te involucra en un horror de dolor y muerte, de
salvajismo como los que comete el hombre civilizado. También la presencia de
una madre que es el deseo, que es el juguete del
jardinero, que es el apetito del señor, protagonista, pobre hombre, muchacho,
hijo.
En
el camino, Hermosilla nos introduce en historias basadas en hombres cuidadores
de jardines, se documenta en tratados de jardinería y plantas y nos habla del
cuadro “El jardín de las delicias” de El Bosco, un cuadro en mil cuadros, como
aquí, una novela en mil imágenes de un reino remoto y campos devastados por la
desidia.
El
jardinero, un ogro, un seductor, un ser grande y fuerte que prácticamente no
interviene en el libro pero tiene la presencia múltiple que el escritor insinúa
y que el lector le quiere otorgar.
Un
castillo con escaleras donde los cuadros cambian de aspecto cada vez que se
sube o se baja.
Un
señor que es un niño y un adolescente, un héroe y un villano, un legítimo heredero
y un demente.
Estamos
ante un libro que rompe esquemas y que homenajea -a través de “frases,
palabras, acentuaciones”- a escritores como: Georges Bataille, Samuel Beckett,
Thomas Bernhard, el conde de Lautreamont, Franz Kafka, etc.
“Afilo diariamente, sin descanso, los puñales
y disfruto entrechocándolos. Aunque el ruido es por momentos tan insoportable
que mis siervos se ven obligados a ponerse tapones en los oídos y algunos de
los canarios y golondrinas instalados en el jardín interior del castillo se han
desmayado varias veces. Algo que no me hace desistir de mi labor, que continúo
realizando aún con fuerzas redobladas para qué, allá fuera, el jardinero oiga
los golpes y, sabiéndome armado, entienda que la pieza que busca cobrarse desde
hace tanto tiempo, vive, se encuentra fuerte y está preparada para hacerle
frente”(…)
“El
jardinero” es una obra de ingeniería que horroriza y clava al lector a su
silla, que lo desquicia y lo sume en la perplejidad.
Sangre
y muerte al jardinero por siempre.
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