La capacidad de Tolstói para
describir personajes y para relatar hechos con concreción es muy grande, leer su
majestuosa Guerra y Paz es hoy una osadía y una alegría si tienes tiempo y te amplían
los matices.
Es un libro enorme en todos
los sentidos y sus personajes de la aristocracia rusa de principios del siglo
diecinueve son vívidos, sobre todo los personajes principales: Pierre, la
condesita Natasha, los Rostov, los Bolkonsky.
Narra la realidad histórica de
la guerra del Zar Alejandro I y Napoleón I entremezclándolos con personajes
ficticios, sus ambiciones, sus deseos, su interioridad, sus destinos,
regalándonos el sentir hondamente pacifista y espiritual que siempre tuvo
Tolstói.
Es más que un novelón, trata
de exponer a algunos historiadores que alababan, según él sin rigor, al
Napoleón estratega militar cuando solo era un pobre hombre.
Plasma los grandes bailes,
reuniones y cenas en los palacios aristocráticos con voluptuosidad.
Conmueve la concreción y
fineza de su pintura de las batallas como un juego de ajedrez humano, el
tablero en el bosque, los estrategas principales decidiendo desde la
retaguardia (o simplemente a salvo).
Destaca cómo presenta al
canciller ruso Mijaíl Kutúzov, su serenidad, su precaucción y conocimiento del
enemigo y del frente, en contraste con los oficiales ansiosos por combatir y
ganar puestos y medallas en las batallas.
Son inmensos los matices, es
un gozo leerlo.
Tolstói escribe un realismo
casi equidistante, su técnica roza la perfección, su escritura no se basa en
grandes momentos, en frases lapidarias, aunque las tenga, su don es dar en el
detalle con un lenguaje sencillo, los personajes en su escritura crecen,
varían, maduran, envejecen con pocas palabras pero muy certeramente.
Me gusta mucho Tolstói.
“Nunca se había dejado sentir
en casa de los Rostov con tanta intensidad como en aquellos días de fiesta la
cordialidad de la atmósfera. <Capta los momentos de felicidad, procura que
te amen y ama tú mismo. Ésta es la única verdad de la tierra. Todo lo demás son
tonterías. Aquí nadie se ocupa de otra cosa>, parecía decir aquel ambiente.”
“¿Es posible que esto sea la
muerte? -se preguntó el príncipe Andrey, mirando con una expresión
completamente distinta, llena de envidia, la hierba, la mata de ajenjo y la nubecilla
de humo que despedía la bola negra que giraba-. No puedo, no quiero morir. Amo
la vida, amo la hierba, la tierra, el aire…”
“La guerra es la sumisión más difícil
de la libertad del hombre a las leyes de Dios -decía aquella voz-. La sencillez
es la obediencia a Dios; es imposible apartarse de Él. Ellos son sencillos.
Ellos no hablan, sino que obran. La palabra pronunciada es de plata; la no
pronunciada de oro. El hombre no puede poseer nada mientras tema la muerte.
Todo pertenece a quien no la tema. Si no existiera el sufrimiento, el hombre no
conocería límites para sí mismo, ni se conocería”.

