Manuel Vilas en su
último libro Ordesa ha querido
contarnos su vida y de forma inconsciente nos ha contado la nuestra, y lo más
extraordinario no es que haya contado una historia colectiva, no, nos ha
contado la historia particular de cada uno de nosotros.
Ignoro cómo
lo ha conseguido, lo he pensado mucho y diría que tiene que ver con la enorme
honestidad que contiene el libro, también, claro, con el estilo único, maduro y
eficaz de Manuel Vilas y con la forma en pequeños capítulos o en pequeñas
poesías en prosa que nos dejan temblando después de leerlas. Este libro es un ataque de sensibilidad
y de ideas, maceradas con una consciencia grande de la vida y de nuestra corta
historia.
No lo sé bien, pero
funciona.
En Ordesa ocurre
que cada lector adapta el libro a su experiencia particular porque todos los
hijos de los hijos de la dictadura necesitamos entender los actos y los
silencios que hay alrededor de nuestra vida, pero sé que el libro va más allá
de ser la voz de una generación, es la voz de todos los hijos. Cada capítulo
sorprende en su caos y en su cordura, en su contradicción formal y expresiva,
en su verdad. Y al acabar cada uno (o cada poesía- idea- narración) la
curiosidad, la emoción nos lleva impulsivamente a la página siguiente:
“Mi madre se quedó muerta mientras dormía.
Estaba harta de arrastrarse, pues no podía caminar. Nunca me enteré con
exactitud de cuáles eran sus enfermedades concretas. Mi madre era una narradora
caótica. Yo también lo soy. De mi madre heredé el caos narrativo. No lo heredé
de ninguna tradición literaria, ni clásica ni vanguardista. Una degeneración
mental provocada por una degeneración política.
En mi familia nunca se narró con precisión lo que
estaba ocurriendo. De ahí viene la dificultad que yo tengo para verbalizar las
cosas que me pasan”.
Leyendo Ordesa nos
pasa como cuando leemos nuestro horóscopo que nos damos cuenta de que todo nos
coincide, sin embargo es fácil intuir que es la ansiedad de cada lector por descubrir su propio destino la que encuentra todas las coincidencias. Esto es
escribir bien, hacer que el lector sea el verdadero protagonista, amolde y
rellene los huecos de su propia historia, de sus propios por qué.
En este libro las
palabras nos retratan como individuos y como pueblo, Vilas es un artificiero
que nos dispara una belleza enorme. No me extraña que funcione bien el boca a
boca:
“Nuestra
desdicha estaba justificada.
Siempre lo pensé.
Nuestra desdicha fue arte de vanguardia.
Puede que fuera una desdicha genética, una especie de
no saber vivir. Mi padre tuvo buenos momentos.”
En serio, con Ordesa Vilas ha sabido hacer un milagro,
y ese milagro es haber conectado la vida de los vivos con la de los muertos en
el siglo XXI tecnológico y digital, apartando a golpes la superficialidad y el
olvido de nuestra mente. Esto nos ha sorprendido mucho, Vilas se ha rebelado
contra la nadería y le ha salido bien, ha puesto palabras a una sensación que
hasta ahora no tenía concreción escritural, la sensación de tristeza ancestral,
esa tristeza que se siente por la vida, por el paso en la vida, por las leyes
sociales, por el ser humano y por su naturaleza:
“Un día dejó de preocuparse de su coche, un Seat Málaga
antiguo. Siempre se había angustiado por su coche obsesivamente, por cuidarlo,
por tenerlo siempre en perfecto estado. Lo abandonó en un garaje y dejó de
conducir. Fui yo mismo a ver el coche, y estaba lleno de polvo.
Se lo dije: Papá, el coche está lleno de polvo
Me miró, y parecía que eso sí le hacía mella.
Era un buen coche, haz lo que quieras con él, dijo,
Cuando se desentendió de su coche, supe que mi padre
iba a morir pronto; supe que eso era el final.
Fue uno de los momentos más tristes de mi vida, mi
padre me estaba diciendo adiós por una máquina interpuesta.
En vez de decirme: Tenemos que hablar, esto se acaba,
me dijo: Era un buen coche. Dios mío, cuánta hermosura. Viniera de donde
viniera el espíritu de mi padre, estaba tocado del don de la elegancia, del don
de lo inesperado, de la ingenua originalidad.
Del estilo.”
Ordesa responde
sobre la marcha a las preguntas que tenías que haberte hecho hace mucho tiempo.
Que teníamos que habernos hecho.
Escuchemos su reclamo.
Escuchemos su reclamo.
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