Como muchos otros Lucía Berlín
llegó tarde a su fama en vida. Yo llegué tarde a su reclamo editorial: “Manual para mujeres de la limpieza”.
Normal ambas cosas.
Su realismo exquisito no es
sólo sucio porque también es limpio, conjuga lo soez y lo maravilloso de una
forma mágica.
Lucía es la mujer escritora,
la profesora exquisita, la madre de cuatro niños… enfermera, celadora, limpiadora,
la hija, la nieta, la esposa, la hermana. Siempre andando por distintas vidas
en una sola. Siempre utilizando el relato corto pero intensísimo, corto pero
una historia redonda tras otra.
Sin excesos lingüísticos
solo la vida:
Normalmente
llevo bien envejecer. Hay cosas que me dan una punzada de nostalgia, como los
patinadores.
¡Ay de mí si no aprendo de
ella! si alguien la lee y no aprende es que es un zoquete grande.
Al leerla aprecio un estilo
literario sólido, una humanidad desbordante y me pregunto por qué ante una obra
tan sin filos técnica y emocionalmente nadie fue capaz de descubrirla en vida
para el gran público, ¿a quién hay que echarle la culpa, a editores, agentes, medios de
comunicación, libreros, ella misma? ¿Cómo repartimos la culpa de no haberla
amado antes?
Supongo que nadie aspira a no
ser leído en vida para tener éxito en la muerte, pero esto también sucede. Lucía
Berlín sigue la estela de Kafka, Rosa Chacel, John Williams entre muchos otros.
Yo también he llegado tarde,
normal. Pero aquí estoy ofreciéndole mi tributo.
Quien no la haya leído aún y
ame la vida y la literatura tiene que abrir el libro, por cualquier relato y
empezar. Inteligencia, sensibilidad y vicio. Sobre todo vicio a espuertas por
la vida:
¿Cómo
podía hablarle a Sally de su alcoholismo? No era como hablar de la muerte, o de
perder a un marido, de perder un pecho. La gente decía que era una enfermedad,
pero nadie la obliga a beber. Tengo una enfermedad letal. Estoy aterrorizada,
quiso decir Dolores, pero no lo hizo”.
Un lenguaje sencillo sin
florituras. Contundente. Refleja mucho amor, sorpresa por la naturaleza,
comprensión ante la debilidad, belleza donde un espíritu raquítico jamás la
encontraría.
La literatura puede llegar a
ser una mística de vida, un compromiso que determinados escritores se auto
imponen. Vida y obra quedan interrelacionadas, supeditadas mutuamente. En los
relatos de Lucía, como en los diarios de Ricardo Piglia la vida es literatura y
la literatura es la vida.
Si hubiera tenido la fama
que nunca tuvo ella no sería la escritora que conocemos, su literatura sería
otra. Pero lo que nos gusta de ella (egoístas y exquisitos que somos los
lectores) es esa literatura oculta, creada con pasión desde casas
desvencijadas, caravanas o desde mansiones impresionantes. Con su versatilidad
y su lirismo tremendo. Y su humor:
Desde
que me alcanza la memoria siempre he tenido un don para quedar mal.
De Berlín se ha dicho casi
todo, ¿puedo añadir algo? Sí, que empiezo y vuelvo a empezar su libro una y
otra vez y no se me acaba nunca, relatos como Manual para mujeres de la limpieza, Punto de vista o Toda luna,
todo año son un milagro.
Su estilo es vital, alegre,
crudo, recrudo pero no enojoso o macabro, no tiene resquemor por la vida ni
derrotismo, es alegría de estar y poder contarlo. En cualquier circunstancia,
con cualquier empleo, con o sin amor, luchando siempre por salir adelante en la
vida y en los relatos. Es tan conmovedor y tan realista, tan moderno… Ningún
relato es excesivo ni extenso. Lo bueno si breve.
Vida y literatura. Literatura
y vida ¿autoficción?...
Honestidad
Y
Magia.
(y unos ojos grises).
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