Cristina Morales es una
escritora de prosa enérgica, lengua ágil y sin pelos.
Gracias a ella estos días he
estado envuelta en una conspiración ocurrida en 1816, la llamada -la
conspiración del triángulo- contra el absolutismo de Fernando VII. El objetivo
de los conspiradores era obligar al monarca a firmar la Constitución depuesta
de 1812 e implantar definitivamente el recién estrenado Estado Liberal.
“Terroristas
Modernos” editorial Candaya.
Según dicta la contraportada
del libro el primer acusado en la Historia de terrorista fue el neonato Estado
liberal francés, la primera democracia moderna de Europa. A partir de aquí
Cristina investiga y escribe sobre el principio de autoridad, cómo los súbditos
o ciudadanos lo asumen o lo niegan, lo apoyan o luchan contra él.
La autora se enfrenta al
relato de la España de pandereta y disparate que tan bien dibujó Luís García Berlanga con
su cine. 400 páginas de conspiración: Excombatientes degradados, capitanes,
comandantes, tenientes, soldados, poetas, mendigos, monja consoladora, sastras
salerosas, vírgenes con mantos, mulas que aparecen donde no deben estar,
nombres históricos escribiendo y recibiendo cartas, gente con convicciones,
gente con hambre... Se cantan letras de canciones modernas, se declaman poemas de
entonces que bien podían ser de hoy, jueces actuales juzgan esta conspiración
del XIX, se recita como en una clase de Historia el artículo 2 de
la Constitución de Cádiz: “La nación española es libre e independiente y no es
ni puede ser patrimonio de ninguna familia o persona” y el 339: “”Las
contribuciones se repartirán entre todos los españoles con proporción a sus
facultades, sin excepción ni privilegio alguno”,
Interesante el lenguaje
desenfadado, las frases creciendo, mezclándose, sin pausa, sin final, el lenguaje
coloquial, dominio del tono administrativo y una grandísima investigación
detrás.
Siete capítulos conforman el libro y son epígrafes
de un tomo de historia donde se describe, se piensa, se habla, se conspira, se baila,
toman, se pelean, duermen la mona, y finalmente son capturados.
“Conspirar y montar un
fiestón son la misma cosa: Financiación de la conspiración”. Monta la autora un baile
de precarnaval en el malogrado teatro de los Caños del Peral como preludio del golpe final, allí se desarrollan amoríos, rencores, intrigas, negocios, tentativa
de asesinato... por él pasearán todo tipo de personajes, incluso alguno no
invitado y donde el vino, el opio y el rape pondrán la nota de desinhibición, extravagancia
y furor patrio.
Una de las protagonistas es una mujer Granadina,
Catalina Castillejos, que, accidentalmente, pasa los pocos días en los que transcurre el libro en Madrid y vuelve a casa tras haber vivido una aventura, una pesadilla, haber sentido miedo, amargura, ninguneo, rabiosa alegría... en definitiva está de vuelta tras vivir el desmadre y la vitalidad del Madrid conspirativo de febrero de 1816 pero que bien
podría ser la vuelta a provincia de una millennial perdida en un Madrid reivindicativo o simplemente de fiesta cien años después, con su aprendizaje, sus dudas y su resultante
dolor de cabeza.
La impresión que tengo
después de leer este libro es que Cristina hace lo que se propone, que su
lenguaje es muy vivo y su técnica muy depurada, que sus ideas juzgan y son juzgadas y sus palabras vuelan hasta
los márgenes, se superponen, crecen en otros idiomas pero que es uno solo, el
lenguaje de su literatura.
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