Jane Austen (1775/1817). Después de transcurridos dos siglos desde la muerte de la autora poco puedo añadir yo a lo ya dicho por
infinidad de críticos, estudiosos y escritores, pero me siento en la obligación, digamos
moral, de dedicarle este espacio. ¿Y por qué? Por su enorme consciencia del mundo en que vivía, por su constancia y seriedad como escritora a pesar de su aislamiento y de todas las dificultades que tuvo que superar, y sobre todo por el valor de su
obra; un trabajo literario excelente.
He leído Orgullo y Prejuicio con la facilidad de
un coetáneo, el lenguaje fluye rabiosamente, Jane Austen cuenta desde la
galantería dieciochesca pero pulimentada, racionalizada, bien distribuida en
capítulos cortos y cambiantes. Cuando avanza la acción el argumento está haciéndose
con naturalidad y eficacia. No se entretiene en adjetivaciones largas, la atmósfera
se plasma con brevedad, y es sobre todo en los diálogos donde Jane determina
los caracteres y donde se contiene más convulsamente toda la pulsión, explosionando
la inteligencia de la autora a través del pensamiento más brillante. Utiliza un
lenguaje sin adornos, la descripción en la presentación de personajes es casi
simbólica, muy escueta, la importancia de las misivas entre personajes es
grande pero las conversaciones son la madre de todo el relato, es a través de
ellas que los aspectos psicológicos de cada personaje se plasman y se perciben
con claridad.
Orgullo
y Prejuicio es su primera gran obra, un viaje de la
inteligencia donde gana la virtud al orgullo, la honestidad a cualquier tipo de
prejuicio. Un cuento de realidades, un novelón en el corazón de la Inglaterra del XVIII. Los tedioso días de la burguesía rural, sus reuniones interminables, sus paseos
por el campo, sus juegos de mesa, sus intrigas y las jóvenes obsesionadas por
conseguir el casamiento que las rescate de una vida austera o directamente pobre
(aunque para ello tengan que soportar a su lado al hombre más repulsivo del mundo).
Belleza, inteligencia, buen
desarrollo de la acción, ironía y en este caso un final feliz.
Voy a resaltar dos momentos fundamentales del libro, se trata de dos conversaciones, la primera es la que tiene la protagonista Elizabeth (Lizzy) con F. Darcy en el capítulo 34 cuando este se le declara y la segunda la que mantiene Lizzy con la condesa lady Catherine de Bourgh, tía de Darcy, en el capítulo 56 cuando va a su casa a pedirle explicaciones sobre su hipotético compromiso. En cada frase de estas dos
conversaciones hay una manifestación de carácter y de pensamiento libre, bien formulado que
dice hasta aquí llega la diferenciación social, hasta aquí no me vais a
humillar. Ambos personajes pertenecientes a la cúspide de la sociedad inglesa salen escaldados tras
sus respectivas conversaciones con Lizzy, la protagonista, perteneciente a una
burguesía agrícola poco relevante, ambos se ven acallados por sus palabras sensatas, racionales y bien afianzadas en los valores
liberales.
Para mí Jane Austen en esta
obra es capaz de plantear una rebelión modesta pero bien argumentada: la impermeabilidad
de clase y el papel relegado de la mujer. Podría decir que realiza una rebelión de andar por casa basada en la razón, que pone patas arriba la sociedad con muchísima
educación y sin perder la compostura.
Sorprende la madurez de la obra realizada por una
escritora, mujer, de apenas 22 años, en la Inglaterra georgina de finales del siglo XVIII y que sin salir apenas del condado de Hamshire fuera capaz de traspasar las fronteras inexpugnables del tiempo.
Jane Austen nos habla a los pobladores del siglo XXI para que sigamos cultivando la razón y la dignidad amenazadas
siempre, en cualquier siglo. Un ejemplo de constancia y saber hacer, de genialidad y oficio literario. Atemporalidad ganada a pulso.
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