Leyendo
a Dostoievski en su libro -enorme en varios sentidos- “El idiota” me he planteado
la función de la literatura, de esta literatura en el tiempo en el que fue publicada (entre 1868-1869) y leo que se publicó por partes para una revista
rusa llamada: El mensajero ruso, y esto me hace entender mejor las dimensiones
y el carácter del libro y como es inapropiada para el mundo actual donde las
series, los programas de cotilleo, los programas seudo políticos, internet y su información rápida y no
excesivamente sesuda nos quita el tiempo, nos distrae demasiado bien para
buscar otros entretenimientos anacrónicos.
“El idiota” y toda la obra de Dostoievski pertenece a ese tipo de libros que tan pronto te sorprenden como te sorprendes pensando en otras cosas mientras lees. Este tocho decimonónico contiene tanta paja como calidad y por eso quizá sea pasto del tiempo, esperará en los estantes momentos mejores o a gente excesivamente curiosa, pero lo que es claro es que este tipo de novela casa mal con la vida moderna aunque haya propuestas actuales que sigan esta estela (sobre todo si al número de páginas nos referimos).
“El idiota” y toda la obra de Dostoievski pertenece a ese tipo de libros que tan pronto te sorprenden como te sorprendes pensando en otras cosas mientras lees. Este tocho decimonónico contiene tanta paja como calidad y por eso quizá sea pasto del tiempo, esperará en los estantes momentos mejores o a gente excesivamente curiosa, pero lo que es claro es que este tipo de novela casa mal con la vida moderna aunque haya propuestas actuales que sigan esta estela (sobre todo si al número de páginas nos referimos).
Hoy
me he topado con una mini entrevista del escritor Héctor Abad Faciolince que
viene al caso porque en ella dice que no tiene paciencia ya para leer obras de 500 páginas,
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/26/babelia/1477507330_773594.html (esta sobrepasa las seiscientas).
Somos hijos e hijas de nuestro tiempo aunque asomarse al Dostoievski psicológico, reflexivo e inabarcable no viene nada mal (aconsejo en caso de vagancia u otras enfermedades que tengan que ver con el tiempo leer la primera parte y si hay ánimo la última).
Somos hijos e hijas de nuestro tiempo aunque asomarse al Dostoievski psicológico, reflexivo e inabarcable no viene nada mal (aconsejo en caso de vagancia u otras enfermedades que tengan que ver con el tiempo leer la primera parte y si hay ánimo la última).
En "El idiota", un joven príncipe Nikolai Andréievich Pávlischev, epiléptico (como el
autor que también lo era) vuelve de Suiza donde ha estado tratándose de su
enfermedad muchos años, regresa con un hatillo y solo, más solo que la
una, a las frías noches de San Petersburgo y de Pàvlousk. Su idiotez no es tal,
su carácter enfermizo y débil son el caparazón de una persona noble (en el
sentido de ético y justo). Impresiona, por ejemplo, sus filosofías sobre la
pena de muerte (capítulo V del Libro Primero) donde cuenta que en Francia vio
como un hombre era llevado al patíbulo, describe la imagen y al lector se nos
hiela el cuerpo y el alma, máxime si conocemos que al autor en la vida real le
pasó algo muy similar a lo que cuenta: condenado a muerte se le conmutó la pena
frente al patíbulo, a última hora. Dice el protagonista: “¡Es extraño que en
los últimos segundos son muy pocos los que se desmayan! Al contrario, la cabeza
vive y trabaja terriblemente, con mucha, con muchísima fuerza, como una máquina
puesta en movimiento, me imagino que golpean en ella diversos pensamientos,
todos incompletos y acaso ridículos (…) No obstante, lo sabe todo y todo lo
recuerda, hay un punto que es imposible olvidar, y es imposible desmayarse, y
todo gira en torno a ese punto. ¡Y pensar que esto es así hasta el último
cuarto de segundo, cuando la cabeza está ya sobre el tajo y espera, y… sabe, y
de pronto escucha por encima de él cómo resbala la cuchilla! ¡Porque la oye
infaliblemente! ¡Puede ser una décima de segundo, pero lo oye!”.
El
carácter psicológico de los personajes, las conversaciones interminables, los
monólogos dentro de la conversación, la infinidad de escenas corales que contiene
delata que estamos ante una forma de hacer novela y literatura monstruosa,
grande, que abarca todos los ámbitos de la vida.
Bolaño abogaba por la gran novela (que se caracteriza no sólo por el número de páginas) y así fue como concibió sus dos obras más celebradas: “Los detectives salvajes” y “2666”. Pero este escritor también es un caso de otro siglo.
Bolaño abogaba por la gran novela (que se caracteriza no sólo por el número de páginas) y así fue como concibió sus dos obras más celebradas: “Los detectives salvajes” y “2666”. Pero este escritor también es un caso de otro siglo.
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